En mi hueco solo hay humo de cigarro

Hace unos meses decidí no volver a sentir placer. 

(pausa)

Nunca más.

(Suena música)

Fue una decisión totalmente madurada y, sobretodo, fue mía.

COMPLETAMENTE MÍA.

Pensé que si no podía decidir absolutamente nada de lo que le acontecería a mi cuerpo, al menos, decidiría lo que NO iba a pasarle.

No volvería a temblar.

No volvería a sentir espasmos.

No volvería a sudar.

No volvería a sentir.

Era lo más justo para mi

(pausa)

y para el mundo.

¿Ya nada es mío, no? Ya nada es nuestro.

(para ella) Tampoco sé si algún día lo fue…

¿Lo que quiero, lo quiero porque lo quiero, o alguien ha puesto ahí esta idea?

La voluntad al igual que la libertad son una ilusión.

Pero no hace falta ser una genia para saber eso.

Quizás debe ser verdad que yo quería, porque no me aparté. 

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Te metería un puño entero en la boca para librarme del Cáncer.

Una buena hostia. 

Como decía mi abuela con la que ya no me hablo porqué está muerta: ¡Una buena hostia! 

Si las mujeres nos pegáramos más, habría menos cánceres de mama. 

Si las mujeres nos pegáramos más, habría menos hernias, abortos espontáneos, quistes, pólipos… 

Si las mujeres nos pegáramos más, o pegáramos más en general… podríamos dejar de retener lo que otros sueltan fácilmente como una flatulencia de hombre mayor al borde de la muerte.

(te quiero abuela)

En algún sitio dijeron que la mujer nace con dolor. 

Que la mujer está intrínsecamente pegada al dolor. 

Que la mujer ES dolor, el dolor forma parte de la definición de la misma. 

Dolores premenstruales, menstruales, partos, abortos, violaciones. 

En el momento en que un médico o médica etiqueta oficialmente, por primera vez, a una niña como “mujer”, éste o esta lo hace al comprobar que la niña ya no es niña, ya que ha empezado a sacar litros de sangre por ese agujero que ni ella sabía que tenía. 

La mujer es esa que sangra.

(Fragmento TODAS LAS FLORES. Pendiente de estrenar en la sala Beckett de Barcelona)

El hombre gris

Pero los meses iban pasando y el dolor se me escapaba por las noches y lo arrasaba todo. 

Ya no me acordaba de lo que era estar fuera de ese sitio. 

Ya no me acordaba de la cara de/

Y entonces conocí a un hombre, (a través de un mecanismo con una cuerda y un polea, del techo baja una escopeta antigua) a un hombre que llevaba la tristeza impresa en su cara. 

John Rofle. 

(del techo baja, de pronto, una escopeta colonialista, esta representará al hombre del que habla)

Cuando se acercaba me entraban unas ganas terribles de soltarme y empezar a llorar. Era como si todo lo que había retenido en mi cuerpo de planta, después de meses y meses, con él delante, se escapara por entre las junturas, como el agua.

Solo quería eso. Eso a borbotones.

Le odiaba, era uno de ellos, pero él estaba tan jodido como yo, se lo podía ver en los bordes de sus ojos. Lo estaba, aunque nunca lo dijera. Su mujer y su hija habían muerto en un naufragio, en el mar como/ Habían muerto hacía poco y la muerte le deformaba la cara. 

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La belleza

He pensado en contrarrestar nuestra fealdad, nuestra idiotez y ego con mi belleza. He pensado que sería una buena idea atacar a los ineptos con un tetazo. Contestar con un tetazo, enseñando mi pecho derecho o izquierdo. Será uno, nunca los dos, lo quiero simple. Cada vez que en una conversación alguien se vea con la seguridad de mostrar su asqueroso privilegio o su ego torpe, yo le atacaré con una teta. La dejaré salir, la mostraré en silencio y aniquilaré el ruido barato de mi oponente. Mi teta nos salvará a todos de la mediocridad. Ella nos elevará. Y luego la miraré y le darle las gracias. “Gracias pecho, nos acabas de salvar a este y a mí de un tedioso pollazo metafórico, gracias pecho”. Y luego le guiñaré un ojo, a mi pecho. Le guiñaré un ojo con mucho colegueo y quizás le lanzaré un beso al aire. 

Incluso, quizás le susurre a su oído de pecho palabras bonitas y promesas de amor eterno. 

Y así, haré historia. Hablaran de mí en los libros de historia. Aburriré profundamente a futuros niños de cole de pago. Y dirán que así me convertí en terrorista y que mi arma era mi belleza. La mía propia. Por fin.

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Estoy llena de huecos

Hay un pote dentro del pecho con una cantidad justa, exacta de amor por dar. 

Como si fueran lentejas, se podría quedar ese montón eternamente esperando a ser usado. Y yo ese montón lo he tocado pocas veces. Tres, máximo cinco. Me cuesta abrir la tapa, tengo que poner un cuchillo entre la tapa y la boca del recipiente hasta que suene “¡Cleck!” para poder abrirla. El amor siempre se guarda al vacío. 

Esto es así. 

El amor al entrar en contacto con el aire podría pudrirse. 

A mí me pasa que a veces me olvido la tapa por alguna parte y aquello se queda abierto durante días, meses, años incluso. Y de repente noto un olor barato, sucio, y luego tropiezo con la tapita por sorpresa en algún lugar de mi casa, la casa de otro, o el lugar donde decidí un día abrir el pote. Es entonces cuando tengo que correr a cerrarlo rápidamente. 

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Carta a… Dick

Querido Dick, esto iba a ser un artículo sobre una serie con tu nombre en el título, basada en un libro con tu nombre en la portada. Pero ha terminado siendo esto.

Querido Dick,
De pequeña quería ser un niño.
De pequeña pedía ser de mayor un niño.
Creía que eso era posible, que todos podíamos convertirnos en lo que quisiéramos de mayores y yo quería ser un niño.
Me parecía mejor opción.

Allí empezó mi obsesión por ti, Dick.

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