La belleza

He pensado en contrarrestar nuestra fealdad, nuestra idiotez y ego con mi belleza. He pensado que sería una buena idea atacar a los ineptos con un tetazo. Contestar con un tetazo, enseñando mi pecho derecho o izquierdo. Será uno, nunca los dos, lo quiero simple. Cada vez que en una conversación alguien se vea con la seguridad de mostrar su asqueroso privilegio o su ego torpe, yo le atacaré con una teta. La dejaré salir, la mostraré en silencio y aniquilaré el ruido barato de mi oponente. Mi teta nos salvará a todos de la mediocridad. Ella nos elevará. Y luego la miraré y le darle las gracias. “Gracias pecho, nos acabas de salvar a este y a mí de un tedioso pollazo metafórico, gracias pecho”. Y luego le guiñaré un ojo, a mi pecho. Le guiñaré un ojo con mucho colegueo y quizás le lanzaré un beso al aire. 

Incluso, quizás le susurre a su oído de pecho palabras bonitas y promesas de amor eterno. 

Y así, haré historia. Hablaran de mí en los libros de historia. Aburriré profundamente a futuros niños de cole de pago. Y dirán que así me convertí en terrorista y que mi arma era mi belleza. La mía propia. Por fin.

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Estoy llena de huecos

Hay un pote dentro del pecho con una cantidad justa, exacta de amor por dar. 

Como si fueran lentejas, se podría quedar ese montón eternamente esperando a ser usado. Y yo ese montón lo he tocado pocas veces. Tres, máximo cinco. Me cuesta abrir la tapa, tengo que poner un cuchillo entre la tapa y la boca del recipiente hasta que suene “¡Cleck!” para poder abrirla. El amor siempre se guarda al vacío. 

Esto es así. 

El amor al entrar en contacto con el aire podría pudrirse. 

A mí me pasa que a veces me olvido la tapa por alguna parte y aquello se queda abierto durante días, meses, años incluso. Y de repente noto un olor barato, sucio, y luego tropiezo con la tapita por sorpresa en algún lugar de mi casa, la casa de otro, o el lugar donde decidí un día abrir el pote. Es entonces cuando tengo que correr a cerrarlo rápidamente. 

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